lunes, 8 de agosto de 2016

La partida de ajedrez (3)

La partida de ajedrez (3)


El rey negro se encontraba acorralado. La partida había sido cruel. Recién iniciada la confrontación un error táctico le supuso la pérdida del peón de rey. La reina negra, bella sin par, tuvo que sacrificarse para salvar al monarca. Mi fiel peón entregó su vida a cambio de la reina de ébano.
En ese momento ambos comprendimos que la victoria se decantaría de mi lado, salvo que yo cometiera algún grave error, o el rey negro, en un alarde de estrategia, dispusiera sus fichas de modo que le permitiera la defensa de sus posiciones sin perder muchos efectivos.
Sus ojos, al cruzarse con los míos, delataron su miedo, pues con toda seguridad, ello iba a suponer la derrota de los súbditos que ciegamente habían confiado en él.
El rey negro reunió a sus fieles: se rendiría y me solicitaría que fuera clemente con los peones, tan aguerridos, con los caballos, las torres, los alfiles. Pero sus vasallos no quisieron deponer las armas: antes la muerte que la deshonra.
La batalla resultó cruenta. La peor parte se la llevó el ejército de negras que fue perdiendo todos sus efectivos y, con ello, el terreno. Se fue replegando, dejando abandonado a algunos peones aislados que fueron apresados por mi ejército. Sus oficiales y nobles también perecieron. Algunos se llevaron antes de morir alguna de mis piezas.
"Ya no puedo claudicar. La reina muerta me obliga a luchar hasta el final. Los caballeros me instaron a que defendiéramos nuestro honor y ahora el recuerdo de los que han perdido la vida y el respeto que les debo me exigen continuar con esta inútil masacre.
Pero ¿y los que aún viven? ¿por qué he de sacrificarlos también a ellos? Sus mujeres y sus hijos esperan el regreso del guerrero. ¿Es que el honor y el ansia de justicia (o venganza) se deben imponer a la lógica que me ordena rendirme? Si los dioses se han decantado por las blancas, ¿qué puedo hacer yo?
Mis fieles desean seguir luchando y yo no puedo oponerme. Ya todo ha concluido. Moriremos como héroes, seguramente la más estúpida de las muertes".
Enfrente, el rey de  blancas meditaba:
"No piense nadie que me alegro de que la batalla esté tan decidida. Me complace enormemente que mis piezas apenas hayan tenido bajas. Pero me causa gran pesar ver cómo esos valientes entregan sus vidas sin posibilidad alguna de vencer. Y ese rey de negras que no se rinde. Podría evitar una matanza.
Y yo no puedo solicitar a mis leales que se retiren ahora que la suerte y los dioses nos han favorecido".

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