Supongamos que yo juego con las blancas, por lo que
me corresponde efectuar el primer movimiento de esta partida que juego contra
el tiempo, contra el destino, contra los dioses, contra los demonios.
Sabes que vas a perder.
Al transcurrir la partida, se van diluyendo las escasas
esperanzas que tenías depositadas en realizar un buen papel, aunque algunos
ejecutan un par de buenos movimientos y creen que pueden salir victoriosos. Se
engañan. Si lo piensas bien, te convencerás de que ni siquiera puedes aspirar a
unas dignas tablas.
Lo que sí conviene, parece ser, es que la partida se
prolongue, cuanto más, mejor. Que agotes en cada movimiento todo el tiempo de
que dispones. Que no te precipites porque creas que puedes hacer una buena
jugada: medítalas todas en extremo.
Pues una vez que mueves ficha, ya no puedes
rectificar y tus adversarios (el tiempo, los dioses, los demonios, el destino,
que quizás todo sean la misma cosa) habrán desarrollado su estratégica, esa que sólo te conduce hacia un lugar.
Ni siquiera es posible hacer trampas. Inútil es
intentarlo.
La partida ha durado ochenta y siete años. Y acabo
de oír el fatídico "mate".
Ya sabía que no podía vencer, pero ahora me lo han
confirmado. Tampoco existe la posibilidad de repetir la partida ni está prevista
la revancha.
Una vez concluida, te levantas del lugar que ocupas
y cruzas esa puerta que hay al fondo y que se cierra tras de ti. No sabes
adónde conduce. La has estado observando durante el desarrollo de tu juego y,
aunque has visto pasar de este lado a aquél a muchos, ninguno la ha atravesado
en sentido contrario.
Al levantarme, pude observar que había un nuevo
jugador disponiendo nuevamente los peones, las torres, los caballos, los
alfiles, la reina, el rey.
Seguramente él también sabe que no puede ganar, pero
intentará que la partida se prolongue durante el mayor tiempo posible.
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