sábado, 22 de octubre de 2016

Ballenato Panduro (Personas que surgieron del teclado. 17)

A los 98 años Ballenato Panduro heredó un ordenador de Paco, su compañero de habitación en la residencia durante más de treinta años. De tanto observar a Paco, Ballenato había aprendido a encenderlo, a acceder al procesador de texto, a teclear palabras que nunca entendió, porque Ballenato no sabía leer ni escribir, y a guardar el texto. 
Pero Paco, que era aficionado a escribir poesías, nunca permitió a Ballenato usar su ordenador:
-Déjame hacer hormiguitas y gusanitos -le había solicitado Ballenato en infinidad ocasiones.
-¡Si tú no sabes leer ni escribir! -contestaba Paco malhumorado porque Ballenato le interrumpía y no le permitía concentrarse en sus versos-. Y no son bichos, son palabras.
Cuando se llevaron a Paco, Ballenato encendió el ordenador, accedió al procesador y se encontró con aquella página blanca en la pantalla, que fue llenando de gusanitos y hormiguitas. Las hormiguitas eran las palabras cortas, formadas por una, dos, tres o cuatro letras. Los gusanitos eran las palabras largas, formadas por más de cuatro letras. Y mientras iba tecleando, iba diciendo 'gusanito, gusanito, hormiguita, hormiguita, gusanito, hormiguita, hormiguita, gusanito...'
Por Navidades le visitó Estrellita, la única nieta que se acordaba de que tenía abuelo:
-¿Qué haces abuelito? -le preguntó al verlo teclear, sorprendida porque el abuelo no sabía leer ni escribir.
-Gusanitos y hormiguitas.
-¿Me dejas verlos?
Ballenato accedió, orgulloso de que la nieta se interesara por lo que él hacía.
-¡Qué bonito! -dijo Estrellita al leer las primeras páginas.
-¿Las hormiguitas o los gusanitos?
-Todo. ¿Me dejarás que lo siga leyendo?
-Por supuesto, podrás ver los gusanitos y hormiguitas siempre que quieras.
Y mientras Ballenato hacía hormiguitas y gusanitos, la nieta acudía todos los días a leer aquella novela que tan intrigada la tenía.
Un día Ballenato entendió que en aquel texto ya había puesto suficientes gusanitos y hormiguitas y que en adelante los pondría en otro archivo. Estrellita le pidió al abuelo permiso para llevarlo a un editor, quien lo publicó. Fue un éxito de ventas, le dieron varios premios a Ballenato, que no esperaba que sus hormiguitas y gusanitos tuvieran tanto éxito y hasta le ofrecieron un dineral por la segunda parte de su novela.
-¿Todo ese dinero por mis hormiguitas y gusanitos? -preguntó Ballenato, que desconocía el argumento de su libro y ni siquiera sabía el título.
Un día le hicieron una entrevista para la tele:
-¿Por qué no ha escrito anteriormente? -le preguntaron.
-¿Quiere decir que por qué anteriormente no he hecho hormiguitas y gusanitos? -dijo Ballenato,convencido de que lo que le gustaba a la gente eran sus bichitos.
-Eso quiero decir -respondió el entrevistador, riendo lo que creía que era una broma de Ballenato.
-Porque no tenía ordenador.
Ahora los seis hijos y quince nietos de Ballenato discuten y casi llegan a las manos: todos quieren sacarlo de la residencia y llevarlo a vivir con ellos, temerosos de que otros se apropien de la novela del abuelo. Y eso preocupa a Ballenato porque, donde es feliz, es en la residencia, con sus hormiguitas y gusanitos.

Si conoces alguna cosita más acerca de Ballenato Panduro, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Desatoros Urgentes (Personas que surgieron del teclado. 16)

Desatoros Urgentes asumió ese nombre cuando olvidó el anterior. Tomó ese de una hoja de publicidad que dejaron en el buzón y, hasta que lo olvide y tenga la necesidad de uno nuevo, así se llamará.
Desatoros Urgentes tiene tanta facilidad para olvidar como para memorizar. Aprendió polaco cuando, estando de vacaciones en Cracovia, olvidó el castellano. Inmediatamente empezó a expresarse en su nueva lengua como si fuera nativo de Polonia y lo hubiera hablado toda la vida.
De la misma manera que olvida y pierde cosas, encuentra otras. En un viaje en tren entró calzando unos mocasines y salió con unas botas. No se habría dado cuenta si su acompañante (cuyo nombre ha olvidado) no se lo hubiera advertido. Tampoco pudo explicarse cómo había llegado a su bolsillo aquella ropa interior femenina.
Jamás ha recordado una cita, pero no por ello ha llegado tarde o no ha acudido, pues ya se encargan las señoritas (y señoras) de que él no falte. No sabe bien dónde vive, pero nunca se ha sentido perdido, pues siempre encuentra algún (des)conocido que le acompaña hasta su vivienda. Quizás por eso, despierta cada mañana acompañado por una mujer (no sabe si es siempre la misma) a la que le pregunta:
-¿Quién sos vos?
-Y eso qué importa.
De niño (quizás con otro nombre, que ahora no recuerda), siempre sonriente y con esa gorra roja con visera negra, ya lo perdía (o lo cambiaba) todo. Jugó con el balón que le trajeron los Reyes hasta que un día regresó a casa con una bicicleta, que con el tiempo se convertiría en unos patines, que luego se transformarían en unas canicas, que posteriormente serían un Monopoly y más tarde...
Parece ser que sus padres también eran un tanto olvidadizos, pues estaban convencidos de que tenían una hija y no aquel jovencito que se presentaba en casa a la hora de comer y al que siempre le preguntaban su nombre, para él contestar que no se acordaba. De hecho, Desatoros Urgentes tiene la impresión (que no el recuerdo) de que, de niño, había vivido, al menos, con diez familias distintas y que, con todas, fue feliz.
Ahora, con ese bigotito y cara de despistado, se pregunta por qué sus padres le pusieron ese nombre.Y cómo ha llegado esa flor verde a la solapa.

Si conoces alguna cosita más acerca de Desatoros Urgentes, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Veinte años no es nada.

Veinte años no es nada.


No logra concentrarse en su trabajo: no puede dejar de preguntarse por qué hace más de tres meses que no coinciden en el metro, por qué tanto tiempo sin encontrarse.
Recuerda la primera vez que lo hicieron, fue hace veinte años. 
Se veían habitualmente en el suburbano, un día o dos a la semana, y donde se ignoraron hasta aquella mañana en que un frenazo hizo que sus cuerpos se encontraran. Se miraron a los ojos una décima de segundo, no dijeron nada, pero comprendieron que querían amarse en ese momento. 
Guardando las distancias y las apariencias se dirigieron a los aseos de la estación, poco frecuentados a esas horas tan tempranas. No dijeron nada antes de amarse ni se dijeron nada mientras se amaban de manera incómoda. Incluso esquivaron sus miradas, quizás para no reprocharse que engañaban a otra persona. 
Al concluir, sin mirarse, sin despedirse, sin pronunciar palabra alguna, continuaron su camino, retocándose la ropa y el pelo mientras escapaban. 
Aquel primer día, en su huida, miraban hacia atrás esporádicamente, con el mutuo temor de que la persona con la que se habían amado de manera urgente siguiera sus pasos. Tenían sus familias, sus trabajos, y temían que aquello pudiera alterar sus vidas. Nadie siguió a nadie. 
Tardarían una semana en reencontrarse. Sus miradas se enlazaron apenas otra décima de segundo, tiempo suficiente para saber lo que vendría a continuación, una vez el suburbano se detuviera en la estación de destino. 
Se encaminaron a los aseos, guardando las distancias y las apariencias. Se amaron de manera apresurada, no se dijeron nada, no se miraron a los ojos, no se despidieron al concluir. Cada cual, mientras huía, retocaba su indumentaria y su pelo, y se encaminaba hacia su lugar de trabajo. Esta vez, en su huida, no miraron atrás, confiaron plenamente en la otra persona.
Durante veinte años se ha prolongado esa relación nunca pactada ni prefijada, dejada al azar y al destino, a veces interrumpida por unas vacaciones veraniegas o navideñas que nunca se comunicaron pero que siempre sobreentendieron, a veces frustrada al encontrar a alguien en el aseo, entonces continuaban su camino, postergando el encuentro para una mejor ocasión. O aquella vez que unas interminables obras en la estación obligó a suspender transitoriamente la relación.
Veinte años después, tras amarse más de mil veces de manera clandestina, delictiva, en los aseos del metro, sin haberse hablado nunca, ambas personas lo ignoran todo acerca de su pareja. Desconocen cuál es su profesión, qué miembros componen sus respectivas familias. No saben cuáles son sus gustos, ni su edad, ni a qué dedican el resto de su tiempo, cuando no están amándose.
No puede concentrarse en su trabajo. Hace más de tres meses que no coinciden y se pregunta por qué ya no se encuentra con esa persona a la que ha amado tantas veces y de la que no sabe nada. Porque tampoco sabe su nombre. Incluso duda del color de sus ojos. Y lamenta, en este momento, no haber besado jamás su boca.
Pero, sobre todo, desconoce su tono de voz, porque nunca cruzaron una palabra.

sábado, 27 de agosto de 2016

El elegido

El elegido.

En la cola del banco rememoraba el sueño que había tenido la noche anterior, al tiempo que contaba, uno a uno, los escasos segundos que le restaban de vida. Lo conocía todo antes de que los acontecimientos se produjeran, por eso sabía que estaba viviendo sus últimos instantes.
En breve aparecería el atracador, se produciría un intercambio de disparos y una bala acabaría con su vida. Ese había sido el sueño de la noche anterior.
Lo descubrió siendo niño. Entonces no le resultaba extraño que todo se reiterara, pero le costaba discernir entre una vida y la otra. Cuál de ellas era la real y cuál la soñada. O si las dos eran reales. O si las dos eran soñadas. 
Luego, el transcurso del tiempo le reveló que no era común entre los humanos conocer, nada más amanecer, lo que habría de ocurrir ese día, pues el sueño se lo había revelado. No eran premoniciones ni previdencias, era reiterar lo vivido. 
Quizás debió poner al servicio de la humanidad o usar en su propio beneficio esa facultad sobrenatural de conocer el futuro, pero jamás lo hizo.
Era un error. Él no podía ser un elegido, pues no estaba preparado para ese cometido. Él había nacido para pasar desapercibido. Su carácter le impedía levantar la mano, alzar la voz, llamar la atención.
Quizás por eso quiso morir, porque lo mismo otra persona heredaba ese don y le daba una mejor utilidad.
Así que no pretendió eludirla el día que la muerte vino a visitarle, de la misma manera que la noche anterior, en su sueño, ya había muerto.
Ahora, en la cola del banco, ya no le quedaba sino contar, uno a uno, los escasos segundos que aún debían de transcurrir.

lunes, 8 de agosto de 2016

La partida de ajedrez (3)

La partida de ajedrez (3)


El rey negro se encontraba acorralado. La partida había sido cruel. Recién iniciada la confrontación un error táctico le supuso la pérdida del peón de rey. La reina negra, bella sin par, tuvo que sacrificarse para salvar al monarca. Mi fiel peón entregó su vida a cambio de la reina de ébano.
En ese momento ambos comprendimos que la victoria se decantaría de mi lado, salvo que yo cometiera algún grave error, o el rey negro, en un alarde de estrategia, dispusiera sus fichas de modo que le permitiera la defensa de sus posiciones sin perder muchos efectivos.
Sus ojos, al cruzarse con los míos, delataron su miedo, pues con toda seguridad, ello iba a suponer la derrota de los súbditos que ciegamente habían confiado en él.
El rey negro reunió a sus fieles: se rendiría y me solicitaría que fuera clemente con los peones, tan aguerridos, con los caballos, las torres, los alfiles. Pero sus vasallos no quisieron deponer las armas: antes la muerte que la deshonra.
La batalla resultó cruenta. La peor parte se la llevó el ejército de negras que fue perdiendo todos sus efectivos y, con ello, el terreno. Se fue replegando, dejando abandonado a algunos peones aislados que fueron apresados por mi ejército. Sus oficiales y nobles también perecieron. Algunos se llevaron antes de morir alguna de mis piezas.
"Ya no puedo claudicar. La reina muerta me obliga a luchar hasta el final. Los caballeros me instaron a que defendiéramos nuestro honor y ahora el recuerdo de los que han perdido la vida y el respeto que les debo me exigen continuar con esta inútil masacre.
Pero ¿y los que aún viven? ¿por qué he de sacrificarlos también a ellos? Sus mujeres y sus hijos esperan el regreso del guerrero. ¿Es que el honor y el ansia de justicia (o venganza) se deben imponer a la lógica que me ordena rendirme? Si los dioses se han decantado por las blancas, ¿qué puedo hacer yo?
Mis fieles desean seguir luchando y yo no puedo oponerme. Ya todo ha concluido. Moriremos como héroes, seguramente la más estúpida de las muertes".
Enfrente, el rey de  blancas meditaba:
"No piense nadie que me alegro de que la batalla esté tan decidida. Me complace enormemente que mis piezas apenas hayan tenido bajas. Pero me causa gran pesar ver cómo esos valientes entregan sus vidas sin posibilidad alguna de vencer. Y ese rey de negras que no se rinde. Podría evitar una matanza.
Y yo no puedo solicitar a mis leales que se retiren ahora que la suerte y los dioses nos han favorecido".

domingo, 24 de julio de 2016

Antropomorfo Básico (Personas que surgieron del teclado. 15)

Antropomorfo Básico era un adelantado a su tiempo, así que, para compensar, estudió lenguas antiguas. Ni aun así consiguió que alguien le entendiera.
Buscando comprensión, escribió un libro sobre el gin tónic, que era de lo que único que sabía. Se disfrazó de barman y esperó vender libros mientras regalaba cócteles. El olor del licor atrajo a Eulogia, abuela desmemoriada que, entre un gin tónic y el siguiente, le relataba sus recuerdos y sus imaginaciones, sin saber con certeza qué era verídico y qué inventado por su ingenio, con la única intención de que no le faltara el milagroso brebaje que le retornaba a unos tiempos que creyó perdidos y sólo estaban olvidados. Eulogia no le compró ningún libro, pero entre ambos acabaron con toda la ginebra.
Entonces Antropomorfo Básico escribió sobre la magia, pues era un arte, una habilidad, o una ciencia que también y tan bien desconocía. Se disfrazó de mimo, se apostó en mitad de una calle poco transitada y a todo el que pasaba lo asaltaba: "o me compras el libro, o te suelto un hechizo". Pocos se resistían ante aquel acoso y, algunos, asustados, le entregaban hasta la cartera. Así conoció a Adán, un artista de la pantomima, ignorado por Eva. Adán tampoco le compró ningún libro, pero, al menos, se incomprendieron mutuamente.

Si conoces alguna cosita más acerca de Antropomorfo Básico, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

jueves, 21 de julio de 2016

La partida de ajedrez (2)

La partida de ajedrez (2)

Supongamos que yo juego con las blancas, por lo que me corresponde efectuar el primer movimiento de esta partida que juego contra el tiempo, contra el destino, contra los dioses, contra los demonios. 
Sabes que vas a perder.
Al transcurrir la partida, se van diluyendo las escasas esperanzas que tenías depositadas en realizar un buen papel, aunque algunos ejecutan un par de buenos movimientos y creen que pueden salir victoriosos. Se engañan. Si lo piensas bien, te convencerás de que ni siquiera puedes aspirar a unas dignas tablas.
Lo que sí conviene, parece ser, es que la partida se prolongue, cuanto más, mejor. Que agotes en cada movimiento todo el tiempo de que dispones. Que no te precipites porque creas que puedes hacer una buena jugada: medítalas todas en extremo.
Pues una vez que mueves ficha, ya no puedes rectificar y tus adversarios (el tiempo, los dioses, los demonios, el destino, que quizás todo sean la misma cosa) habrán desarrollado su estratégica, esa que sólo te conduce hacia un lugar.
Ni siquiera es posible hacer trampas. Inútil es intentarlo.
La partida ha durado ochenta y siete años. Y acabo de oír el fatídico "mate".
Ya sabía que no podía vencer, pero ahora me lo han confirmado. Tampoco existe la posibilidad de repetir la partida ni está prevista la revancha.
Una vez concluida, te levantas del lugar que ocupas y cruzas esa puerta que hay al fondo y que se cierra tras de ti. No sabes adónde conduce. La has estado observando durante el desarrollo de tu juego y, aunque has visto pasar de este lado a aquél a muchos, ninguno la ha atravesado en sentido contrario.
Al levantarme, pude observar que había un nuevo jugador disponiendo nuevamente los peones, las torres, los caballos, los alfiles, la reina, el rey.
Seguramente él también sabe que no puede ganar, pero intentará que la partida se prolongue durante el mayor tiempo posible.

jueves, 14 de julio de 2016

La partida de ajedrez (1)

La partida de ajedrez (1).

En tiempos de Alhaken II (segundo Califa de Córdoba) vivió el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos: Ahmed Abdul. Según las crónicas de la época, jamás perdió ninguna de las partidas que celebró. Ni siquiera (salvo en una ocasión) cedió unas tablas. 
Ahmed debía su reputación a diversos motivos. El primero era no haber conocido nunca la derrota. Según la leyenda, había nacido sabiendo jugar al ajedrez. Hasta el punto que algunos jugadores hindúes, a los que en tantas ocasiones se enfrentó y derrotó, habían llegado a afirmar de él que era la reencarnación de cierta divinidad.
Otra causa de su fama era su ceguera. Su invidencia absoluta. Sin embargo, sin indicación de ningún tipo, sabía cuál era el movimiento que su rival hacía en cada jugada, así como dónde estaban situadas todas las piezas en todo momento y la que procedía mover.
Sus jugadas las realizaba inmediatamente después de su rival. Casi sin lapsus de tiempo, sin el mínimo ápice de duda. Se podría decir que sin meditarlas. Pero todas eran consideradas las más correctas, adecuadas e idóneas. Quienes le veían jugar quedaban maravillados y sorprendidos. No se le conoció jamás un error. Siempre colocó todas las piezas perfectamente centradas en el correspondiente escaque del damero, a pesar de su ceguera.
Pero había algunos datos más que destacaban en su juego. El primero de ellos era que jamás sacrificaba una pieza, ni siquiera para cobrar ventaja. Dicen que jugaba con los ojos vendados para que no le vieran derramar lágrimas cuando perdía alguna de sus fichas en el desarrollo de la partida. También se afirmaba de él, que cada vez que una pieza del rival era capturada, la rendía honores mediante una solemne reverencia.
Además, únicamente jugaba con las negras.
Para Ahmed Abdul, el ajedrez era una batalla sin tregua y prefería no ser él quien la iniciara. Por eso, permitía al rival que jugara con las blancas.
Sin embargo, en cierta ocasión cedió unas tablas. Fue una partida que engrandeció aún más su fama. Aquel día vino a desafiarle un ajedrecista persa del que también se decía que no había conocido jamás la derrota.
Ahmed Abdul aceptó gustoso el reto. Amaba tan profundamente el ajedrez que los buenos jugadores siempre eran bien recibidos. Pero su rival le impuso una condición, que él admitió tras largas horas de conversación y meditación. Ahmed jugaría con las blancas.
No sabía a qué se debía aquel deseo de su rival. Posiblemente fuera porque su fama de jugador invencible venía acompañada de su deseo obsesivo de jugar siempre con las negras. También pudiera deberse a que su rival, de la misma manera que él, prefiriera las negras, pues con ellas desarrollaba mejor su juego.
Lo cierto es que si el persa pensó que Ahmed sería más débil jugando con las blancas, se equivocó. En el movimiento cinco, Abdul llevaba ya una ventaja en la disposición de sus fichas. En el diez, el persa había capturado a dos peones blancos, mientras que Ahmed, además, había arrebatado un caballo a su contrincante. Para el quince estaba la partida tan decidida que lo único que quedaba por saber era por cuánto tiempo más se prolongaría.
Pero en el diecinueve ocurrió algo inesperado: cuando el persa iba a tirar el rey en señal de rendición, Ahmed solicitó tablas.
Ninguno de los presentes pudo comprender que estando tan decantada la partida a favor del jugador ciego, éste decidiera no derrotar a un rival venido desde tan lejos para retarle.
El jugador persa, cuyo nombre no transcribo por no haberlo recogido la historia, aceptó humildemente las tablas, pero sabiéndose perdedor de la batalla disputada. Sus acompañantes tomaron debida nota de que la partida no había tenido vencedor. Es decir, que su representante no había sido derrotado por el invencible Ahmed.
Cuando el persa se dispuso a partir de regreso a su país, fue a despedirse de su rival y le dijo:
-Te estaré eternamente agradecido. Si me hubieras derrotado, yo habría muerto y mi hija hubiera sido vendida como esclava.
-Lo sé -contestó Ahmed-. Me lo ha revelado el rey de negras.
El persa no dudó de las palabras de Ahmed. Sabía que decía la verdad.

domingo, 3 de julio de 2016

Cuarenta años

Cuarenta años
Cuarenta años son muchos años para cualquier hombre. Casi media vida. O más.
            Cuarenta años después César se volvía a mirar al espejo y a buscar una imagen que no logró encontrar, pues no podía identificar la que se mostraba con la que él recordaba.
            Apenas se reconocía. Le costaba creer que aquél que se reflejaba en la lámina de cristal era él. Se parecía al padre que vio por última vez hacía veinte años, separado por los barrotes de las rejas. De hecho, se extrañó del enorme parecido que guardaban. Quizás él, algo más delgado y con menos pelo.
            Cuarenta años después vio nuevamente la luz del cielo. Ya era libre. Pero los días habían transcurrido y con ello su juventud y puede que su vida, pues cuando la juventud nos abandona ya nada nos detiene en este viaje.
            No mereció la pena vivir preso, pero nunca tuvo valor para suicidarse.

            Ahora era libre para morir.

lunes, 20 de junio de 2016

Nipodemo Óbito (Personas que surgieron del teclado. 14)

Nipodemo Óbito supo que estaba muerto por los periódicos. Sentado en un banco de aquel parque siempre soleado y que ahora le parecía hermoso, leyó la esquela en la prensa. Tu esposa e hijos no te olvidan.
Entonces le surgió la duda de si él estaba casado y si había tenido descendencia. Y si había tenido esposa e hijos, si éstos no le olvidarían nunca, porque él ya no se acordaba de ellos. No recordaba el nombre de su viuda ni cuántos hijos le llamaron padre.
Sí se acordaba que en ese parque echaba de comer a las palomas, pero ahora no había pájaros, sino diablillos a los que arrojaba jirones de su pellejo para que se pelearan por ellos. Era divertido.
Junto a él se sentaba el esqueleto de otro muerto que también se entretenía arrancándose tiras de su piel putrefacta y arrojándolas a los traviesos demonios.
-Me llamo Nipodemo Óbito -dijo uno de ellos.
-Yo también -contestó el otro.
Quizás es cierto que la muerte nos hace a todos iguales.

Si conoces alguna cosita más acerca de Nipodemo Óbito, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

domingo, 19 de junio de 2016

Coronel Márquez (Personas que surgieron del teclado. 13)



Desde que aquel libro cayó en su manos y lo leyó 10.000 veces, supo que su destino era hacerse militar y llegar a coronel. El apellido ya lo tenía: coincidía con el del escritor.
El coronel no tiene quien le escriba, pero sí tiene quien le lee. Y quien compra sus libros, porque en la biblioteca de Coronel Márquez, existen 2.000 ejemplares de esa novela, escritos en todos los idiomas. Aprendió inglés para leerlo en inglés, aprendió francés para leerlo en francés, aprendió alemán, aprendió ruso, aprendió turco, polaco, portugués, gallego, euskara, catalán... para leerlo en todos los idiomas.
Mientras, se acercaba al buzón para ver si alguien le escribía, pero no recibió cartas. Abrió mil cuentas de correo electrónico y tampoco se acordaban de él. El coronel no tiene quien le escriba.
Gastaba sus escasos ingresos en libros, hasta que un día decidió comprarse un gallo de pelea, pero le salió pacífico. Lo único que hacía era cantar al amanecer, pero nunca se puso gallo con otros gallos. Ya no lo quiso vender.
Aquel día se quedaron sin ahorros, la esposa, asmática, le preguntó:
-Dime, ¿qué comemos?
-Mierda.

Si conoces alguna cosita más acerca de Coronel Márquez, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

sábado, 18 de junio de 2016

Aurelio Ácaro (Personas que surgieron del teclado. 12)

Aurelio Ácaro ha puesto el sobre sobre el aparador, junto al reloj que delata la hora: las tres y cincuenta y cinco. En su interior, una hoja en la que se despide y explica el motivo. Entonces escucha la puerta de la calle y se apresura a recoger el sobre sobre el aparador, junto al reloj que delata la hora: las tres y cincuenta y seis. Guarda el sobre en un cajón.
Es lo mismo que ocurrió ayer, anteayer, y los últimos mil días.
-¿Qué tal cariño?
-Bien, ¿y vos?
En ese cajón es donde guarda una cuerda, una pistola, un cuchillo, distintas variedades de venenos y medicamentos. Otras opciones son electrocutarse en la bañera o arrojarse por la ventana. Pero habrá de dejarlo para mañana.
Al día siguiente reiterará la rutina: madrugará, leerá algunas páginas de alguna novela, escribirá algunas páginas de alguna novela y ocupará su tiempo hasta que el reloj delate que son las tres y cincuenta y cinco. Entonces pondrá el sobre sobre el aparador, junto al reloj que delata la hora...

Si conoces alguna cosita más acerca de Aurelio Ácaro, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

viernes, 3 de junio de 2016

El laberinto. Diario de un ser solitario.

El laberinto. Diario de un ser solitario.

Hace muchísimos milenios llegó a mis manos el único ejemplar (que no quiere decir que sólo constara de un libro, pues eran cientos de miles de millones de tomos) de lo que podemos considerar un diario, en el que se mostraba la constante preocupación de un ser (¿un hombre?) por lo único que le concernía (quizás lo único que nos debe interesar): la noción, el concepto, el estudio del tiempo y su relación con  el espacio (si es que no son la misma cosa). Y lo más parecido que existe con estos dos conceptos (si es que no es lo mismo): la eterna muerte (fugazmente interrumpida por una efímera y, sin embargo, laberíntica vida).
Y justamente es la persistente lucha por encontrar la salida de ese laberinto en el que se desarrolla nuestra existencia (si es que realmente existimos) la máxima expresión de la relación espacio-tiempo (denominada eufemísticamente vida). Lo demás todo es secundario, nimio, inútil, baladí.
En el mencionado diario varios datos llamaron mi atención:
La primera de ellas era lo extenso del mismo.
Por otra parte, quien lo escribió era un ser solitario. Posiblemente era el primer ser que habitó este Universo. Puede que el último. En todo caso, solitario.
De la misma manera, me sorprendió la fecha, tanto del primer día como de los sucesivos. El primer dato que aparecía era "día uno".
Sin duda el ser que lo escribió iniciaba una etapa. Yo ignoro qué podría ser aquello que entonces comenzaba. Quizás fuera el primer día de la eternidad o de su vida. Puede que el último. Quizás el primero de su muerte. ¿Quién sabe?
            También llamó mi atención la infinita reiteración (salvo alguna excepción) de las mismas y concisas palabras y expresiones, así como la escueta descripción (posiblemente de un modo figurado) de lo acontecido.
            Por otra parte, la duración de lo que parecían unos años y otros era distinta, y esa variabilidad dependía de los meses que tuvieran y los meses a su vez poseían distinto número de días. Era habitual que los años tuvieran miles de meses o apenas unas decenas. Por su parte, los meses también oscilaban entre varias centenas de días y varios cientos de millones. Lamento decir que ignoro a qué se debe esta variación. Quizás a una lógica que no alcanzo a entender. Tampoco conozco si los días se dividían en horas y si todos tenían la misma duración. 
            Veamos, en síntesis, el diario:

Día uno del mes uno del año uno
Al llegar he encontrado dos puertas, derecha e izquierda. He optado por la derecha. Al abrirla he encontrado dos puertas.
Día dos del mes uno del año uno
He optado por la izquierda. Al abrirla he encontrado dos puertas.
Día tres del mes uno del año uno
He optado por la derecha. Al abrirla he encontrado dos puertas.

            La repetición en las siguientes páginas y en los sucesivos tomos del diario es reiterativa, insistente y extenuante. Debemos llegar hasta el día 22.807.178.456 del mes 56.345.843 del año 798.234 para encontrar algo distinto:
He optado por la derecha. Una vez atravesada ésta, he querido volver, pero no he podido abrir la puerta que se cerró a mis espaldas. He encontrado dos puertas, derecha e izquierda.
Día 22.807.178.457 del mes 56.345.843 del año 798.234:
He optado por la derecha. He encontrado dos puertas, derecha e izquierda.

En el resto de los días se repite lo mismo, hasta llegar al día 9.325.698.109 del mes 987.368 del año 7.889.121.220, último del diario:
He optado por la izquierda. He encontrado dos puertas, derecha e izquierda.

Ignoro por qué dejó de escribir. Se me ocurren mil razones. Relaciono algunas de ellas, elegidas al azar, que no son siquiera las más lógicas:
1.- Quizás por no ser más reiterativo. Tuvo una paciencia infinita (otros habrían abandonado antes). Pero puede ser que tras tantos días, comprendiera la inutilidad de seguir transcribiendo las mismas inquietudes que no llegaron a hallar respuestas.
2.- Puede que al fin encontró la muerte. Que es lo que todos los seres vivos llevan persiguiendo desde que nacen.
3.- O que cayera en la cuenta de que estaba muerto y, por tanto, de que no merecía la pena continuar escribiendo.
4.- También, que cayera en la cuenta de que estaba vivo y, por tanto, de que no merecía la pena seguir escribiendo.
5.- Comprendió que estaba vivo y que había dilapidado una fracción de la eternidad en tratar de entenderla.
6.- El último día halló dos puertas, pero decidió no optar. En este caso puede que aún permanezca pacientemente aguardando que alguien o algo dé el próximo paso.
7.- Al abrir la puerta de ese último día únicamente halló una única puerta o un sendero. Son múltiples las posibilidades que se abren. Quizás, como en la opción anterior, aún permanece pacientemente aguardando que alguien dé el próximo paso. También es posible que esté indefinidamente recorriendo esa senda, que puede ser eterna, en pos de nuevas disyuntivas. 
8.- Ese último día encontró ante él infinitas puertas, cada una de las cuales encerraba infinitas puertas, cada una de las cuales encerraba infinitas puertas, cada una de las cuales encerraba infinitas puertas…
9.- Ese día terminó su recorrido: no había más puertas. No halló más posibilidades de elegir. Puede que hubiera alcanzado los confines del espacio y del tiempo.
10.- Si esta décima razón es leída por algún humano con toda seguridad no la entenderá y creerá que no es posible: ese día pudo, por fin, volver atrás. Esta tesis es inadmisible, inverosímil y absurda para los humanos porque el laberinto estaba construido en el espacio y en el tiempo. Y el tiempo no permite a los humanos regresar. El resto de los seres sí podemos regresar en el tiempo, pero a los humanos eso os está vedado.
Hay muchas más posibilidades, podría escribir cientos, pero no quiero hacer más especulaciones.
La respuesta correcta será un enigma para siempre. Como también será un misterio conocer si buscaba algo distinto de la salida de ese laberinto, únicamente para saber qué había en el exterior.

* * * * *

Al cabo de cientos de miles de años de relatar lo anterior recibí un comunicado de ese ser. He entresacado lo que creo más importante:
"Continúo aguardando una señal, un indicio que me libere de esta prisión. Mi memoria únicamente da refugio a un vago recuerdo: dos caminos, dos puertas, dos direcciones, derecha e izquierda. Y mi deber y necesidad de elegir uno. Es un recuerdo oscuro, difuminado. Pero no me sentía mal, ni solo. Pues la vida, el espacio, el tiempo, son continuos laberintos".
Quizás alguna vez dé con eso que está buscando.

* * * * *

Recientemente ha llegado a mis manos el único ejemplar (que no quiere decir que sólo constara de un libro, pues consta de infinitos tomos) y que tiene la peculiaridad de ir aumentando el número de ellos en progresión geométrica a medida que el tiempo transcurre, a medida que el universo se expande) de un diario, aunque no era un diario cualquiera. Era de los que se pueden considerar extraordinarios (porque adiestra, documenta y disciplina). Mostraba la constante preocupación de un hombre por lo único que le concernía (quizás lo único que nos debe interesar): la noción, el concepto, el estudio del tiempo y su relación con el espacio (si es que no son la misma cosa). En infinitas ocasiones, ambos conceptos son asimilados, identificados y vinculados con aquello que más se le parece: la eterna muerte (fugazmente interrumpida por una efímera y, sin embargo, laberíntica vida).
Y justamente es la persistente lucha por encontrar la salida de ese laberinto en el que se desarrolla nuestra existencia (si es que realmente existimos) la máxima expresión de la relación espacio-tiempo (denominada eufemísticamente vida o muerte, no lo sé). Lo demás todo es secundario, nimio, inútil, baladí.
En líneas generales, el diario es reiterativo hasta el infinito:
Día menos uno del mes menos uno del año menos uno
Tengo la impresión de que ya he estado aquí anteriormente, que estas dos puertas que hay a mis espaldas ya las he atravesado anteriormente, pero no recuerdo dónde conducen. He optado por la izquierda. Al abrirla he encontrado dos puertas.
Día menos dos del mes menos uno del año menos uno
He optado por la derecha. Al abrirla he encontrado dos puertas…

miércoles, 1 de junio de 2016

Mínimo Mimo (Personas que surgieron del teclado. 11)


Mínimo Mimo es el más grande de los mimos, a pesar de su nombre y de ser tan pequeñito. No puede vivir sin los mimos, porque es muy mimoso: necesita mimar y que le mimen. Y necesita la mímica, porque sólo así sabe expresarse.
Mínimo Mimo es la careta negra tras la que se oculta ese hombrecito apocado que se mimetiza junto al telón negro, para parecer que no está, quizás porque los mimos no deben llamar la atención, únicamente hacernos soñar, arrancarnos una sonrisa y, también, una lágrima.
Mínimo Mimo es ignorado por los presurosos que no tienen tiempo para soñar. Pero los niños sí le ven, porque se miran a los ojos mientras con unos globos de colores hace figuras que les entrega a cambio de una sonrisa. Una sonrisa a cambio de una flor de aire, de una mariposa de aire, o de un corazón de aire.
Pero esa personita timorata que habita dentro de Mínimo Mimo está triste y así se lo cuenta al peluche despeluchado, compañero de trabajo, que le mima y que le entiende: con las escasas monedas de hoy no hay para el sustento de la familia.
Y, a pesar de todo, sonríe y hace mimos.

Si conoces alguna cosita más acerca de Mínimo Mimo, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

domingo, 29 de mayo de 2016

Mi pequeño paraíso

Mi pequeño paraíso

En aquellos tiempos yo vivía en la casa que siempre había soñado. En la tierra de la que el alma tiene la nostalgia de haber sido el paraíso del que alguien decidió un día expulsarme por el pecado que otro cometió.
Era una vivienda de madera. Esta madera no le había costado la vida a ningún árbol, porque la había construido únicamente con ramas (espero que tampoco le causara ningún dolor).
El fuego de la chimenea, que me daba un agradable calor cuando deseaba que el exterior estuviera nevado e hiciera frío, tampoco sesgó ninguna vida.
Era, por fuera, una pequeña habitación que, para construirla, no había tenido que despejar de vida ni un solo centímetro cuadrado de vegetación.
Por dentro era pequeña cuando me apetecía su apariencia acogedora, pero enorme para que contuviera cuanto necesitara.
Mi pequeña morada daba por uno de sus lados al inmenso bosque de todos los árboles y plantas de siempre, con todos los animales que lo han habitado, con las aguas claras y puras de no haber sido mancilladas. A las densas selvas donde se prohibió que el sol llegara a los suelos. El jardín más coloreado, con todas las flores, con todos los frutales que me alegraban los sentidos.
Otro lado de la casa, con su respectiva puerta y ventana, me comunicaba con playas de arenas inmaculadas y mares transparentes, con sus días soleados. Los acantilados donde golpear el oleaje los días lluviosos y ventosos.
Las más hermosas vistas nevadas las podía contemplar desde la puerta que mira las cordilleras donde los picos y montañas recortaban el azul celeste del día o el colmado de estrellas de la noche.
Otras puertas y ventanas daban a las praderas, a las sabanas, a los desiertos, los cálidos y los helados, los verdes y los rojos, a los inmensos paisajes polares.
Conocía a todos los seres que poblaban cada una de las regiones a las que tenía acceso desde mi pequeña vivienda. Todos nos respetábamos.
En mi casa, que no era sólo mía, vivíamos todos los seres que amábamos la paz. Eran innumerables. Y disfrutábamos de nuestra compañía. O estábamos felizmente solos cuando nos apetecía el silencio.
Éramos infinitos seres gozando de la paz y el respeto que supone saberse todos iguales, conocerse todos, formar parte de un todo en el que ninguno sobraba, en el que nos podíamos considerar todos imprescindibles, pues la ausencia de cualquiera era motivo de tristeza. 
Aquél día llegó alguien que quería contarlo todo. Quería saber cuántos árboles había, cuántas estrellas, cuántos animales, cuántas personas.
Quería saber el nombre de cada uno.
Quería saber cuáles eran mejores y cuáles peores. Cuáles más fuertes, cuáles más rápidos, cuáles más ágiles, cuáles más grandes, cuáles más caudalosos, cuáles brillaban más.
Le expliqué que en mi paraíso todos somos absolutamente iguales de rápidos, fuertes, ágiles, grandes, caudalosos y brillantes.
Él no me quiso creer. Afirmaba que no hay dos cosas o dos seres que sean totalmente idénticos. Insistí pues deseaba hacerle ver que el creerse distintos es la causa de todos los males. Aún así pretendió clasificarnos, enumerarnos, ordenarnos, graduarnos.
Entonces supe que era la semilla que habría de sembrar la cizaña y el desacuerdo.
Le tuve que matar.

Pero Dios no lo entendió.

sábado, 28 de mayo de 2016

La prescripción de los pecados

La prescripción de los pecados.

       Dios se hallaba reunido de modo urgente con sus asesores, los arcángeles. Incluso se había autorizado la presencia de Lucifer.
        Esa misma mañana había comenzado el Juicio Universal. Apenas se habían juzgado a varios millones de personas y alguien había planteado una cuestión.
       Tal como anticipa Mateo 25:31-46, el Rey había dicho a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino y me alojasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme”.
         Y los justos habían preguntado: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te alojamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el Rey había respondido: “En verdad os digo que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos mas pequeños, conmigo lo hicisteis.”
Entonces había dicho a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era peregrino y no me alojasteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel; y no me visitasteis.”
Y éstos de su izquierda habían preguntado: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Y Él les había contestado: “En verdad os digo que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeñuelos, también conmigo dejasteis de hacerlo.”
Y éstos habían sido condenados al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
A esas horas de la mañana ya algunos habían sido castigados con el fuego eterno. Otros habían sido bendecidos con la aureola de la gloria divina. Y la mayoría, antes de ser consagrados con la luminosidad del halo, deberían desprenderse de sus impurezas en el Purgatorio.
         Fue entonces cuando le tocó el turno a un hombre nacido en el ciento diecisiete y muerto en el cuarenta y nueve antes de Cristo.
         Este hombre no adujo que se encontraba enajenado, ni que se hallaba en un error, ni ignorancia, ni que había cometido actos execrables por orden de aquellos a quienes debía obediencia, ni que aquellas acciones abominables las había realizado porque así se lo imponía su religión. Todos estos argumentos y muchos más habían sido reiterados miles de veces desde que se había iniciado el Juicio.
       Este hombre adujo la prescripción de sus pecados. Pues no le parecía que pudiera enjuiciarse una acción varios milenios después de haberse realizado. Por lo tanto, cualquier responsabilidad se habría extinguido ya por el transcurso de ese tiempo que llevaba esperando el Juicio.
Y estaban reunidos de manera urgente Dios, sus asesores y Satán, porque aquella alegación planteaba muchas cuestiones que necesitaban ser resueltas:
En primer lugar: si era adecuado el fundamento invocado. Es decir, si a los pecados le es aplicable la figura jurídica de la prescripción.
En segundo lugar: en caso de poderse aplicar, cuánto tiempo debía haber transcurrido desde que se cometió la acción que se pretendía juzgar para establecer la prescripción. Es decir, cuánto tiempo debería considerarse adecuado para que se diera la prescripción.
En tercer lugar: si la prescripción debería aplicarse de oficio o habría de ser alegada por el interesado.
En cuarto lugar: si era justo que únicamente aquellos que hubieran vivido hacía más tiempo pudieran alegarla, pues para los más recientes no había transcurrido aún el plazo necesario para que se produjera la prescripción, por lo que, cometiendo el mismo pecado, unos hombres podrían ser condenados al infierno y otros, ya sin pecado, al haber prescrito, ir al Cielo.
En quinto lugar: qué hacer con aquellos cuyos pecados hubieran prescrito: entregarles la aureola y abrirles las puertas del Cielo, o hacerles pasar antes una buena temporada en el Purgatorio.
No podemos precisar con certeza las posturas de cada una de las partes. Pero, de acuerdo con ciertos rumores, ésta podría ser la primera vez, desde hace una eternidad, que Dios y Luzbel coinciden en sus argumentos. En este caso, ambos estarían de acuerdo en que la prescripción es de aplicación a los pecados. O lo contrario.
Otros rumores apuntan a que Dios, más bueno que justo, pretende aplicar de oficio la prescripción y que ha acordado un plazo tan breve para que se produzca, que prácticamente todos los pecados habrían prescrito. El diablo se mostraría contrariado con esta solución.

viernes, 27 de mayo de 2016

Cerapio Suspenso (Personas que surgieron del teclado. 10)

Cerapio Suspenso pudo haber llegado lejos, pero se quedó muy cerca. Seguramente es que no sabía cuál era su destino, o puede ser que su sino fuera no llegar a ninguna parte.
Un día Cerapio se planteó emigrar, porque pensó que era la única manera de alejarse, pero no supo cómo hacerlo. En otra ocasión se apuntó a una carrera popular con la intención de alcanzar una meta, pero luego no se atrevió a iniciarla porque no estaba acostumbrado a correr alguien que siempre lo había hecho todo despacio, como pasaba su tiempo, sin prisas, sabedor de que, al final, todos nos veremos en el mismo sitio y que, para donde hay que llegar, mejor no tener bullas.
También puede ser que su naturaleza estoica le inste a permanecer en el mismo sitio.
Por ponerle un poquito de color a su vida, se tiñó la cabeza de rojo y se pintó de ese mismo color el único pelo del que disponía y que le daba el aspecto del que lleva una boina.
Muchos dicen que tiene cara de desconfiado. Otros, que de pendenciero. Estos, que de asustado. Aquellos, que de sorprendido.
Cerapio nunca mendigó, pero en más de una ocasión se ha encontrado con una moneda en su mano. Él no sabe por qué.

Si conoces alguna cosita más acerca de Cerapio Suspenso, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

sábado, 21 de mayo de 2016

Tenorio Pollo (Personas que surgieron del teclado. 9)

Tenorio Pollo era barítono porque siendo tan alto no podía tener voz de bajo, pero le costaba alcanzar los agudos. Estudió música y lo único que aprendió es que con una corchea se podía hacer un tupé, así que cuando el compositor se despistó, le tomó prestada una del pentagrama y en su lugar dejó un prolongado silencio de blancas, que no hacía sino romper el ritmo.
Se apuntó a un coro, para cantar, que es lo que realmente le gustaba, pero no podía hacerlo sin desafinar, quizás porque su apellido no se lo permitía. Así que era habitual que le saliera algún gallo.
Hablando de gallos, desde que dejó atrás la niñez le surgió una duda que nunca supo responder: se debería seguir apellidando Pollo o tendría que presentarse en adelante como Tenorio Gallo. De hecho, más de uno (y más de una) se preguntaba si no sería una cresta, en vez de un flequillo, lo que adornaba su cabeza, pero él no se daba cuenta de esos chismorreos porque estaba en otras cosas.
Le pusieron el nombre de Tenorio, pero nunca fue un don Juan, quizás porque jamás se lo propuso o quizás porque ignoraba los suspiros y las pasiones que sus gallos despertaban. Y no sólo al amanecer, cuando, abriendo la ventana, emitía un kikirikí con música de Verdi que anunciaba a los vecinos que había llegado la hora de levantarse.

Si conoces alguna cosita más acerca de Tenorio Gallo, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

viernes, 20 de mayo de 2016

Presentación de Para Elisa


PARA ELISA es, en primer lugar,
una historia de amor. Amor de Elisa
hacia ese desconocido que durante
décadas estuvo escribiéndole cartas
en las que nunca se habló de amor, y
sí de tantas otras cosas.
Es también la historia de la profunda
amistad que surge entre Elisa y
esa persona que viene a entregarle la
última de las cartas.
Esa dama blanca y bella, también
es protagonista, quizás porque
Elisa supo desde muy joven que se
nace únicamente para morir y que la
muerte es lo único cierto en nuestra
vida. O quizás porque los espíritus de
los difuntos están presentes en todas
las páginas de esta novela.
Y, sobre todo, es la historia de Elisa
y de aquellos acontecimientos que
propiciaron tantos años de cartas
anónimas.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Arsénico Simpasión (Personas que surgieron del teclado. 8)

Arsénico Simpasión lo tuvo claro desde pequeñito: quería ser sepulturero, igual que que su abuelo Arsénico, que su bisabuelo Arsénico y que su tío Arsénico. A su padre le pusieron de nombre Antonio y ese fue el motivo de que no fuera enterrador, o quizás le llamaron Antonio para que no se dedicara al digno oficio de dar tierra a aquellos que se marchan.
Arsénico Simpasión siempre llevó ese traje fucsia, en vez de uno negro. Algunos le decían que era irrespetuoso con el fallecido y él mantuvo que ninguno se había quejado del color de su indumentaria. Pero dice que le dio suerte desde el primer difunto con el que se encontró, pues ninguno se había despertado, circunstancia ésta que siempre había temido.
En infinidad de ocasiones Arsénico había preguntado a su bisabuelo Arsénico, a su abuelo Arsénico y a su tío Arsénico que qué hace el sepulturero cuando el muerto se levanta. El bisabuelo le aconsejaba darle con la pala en la cabeza para que vuelva al hoyo, el abuelo le contestaba que invitarle a un cigarrillo y el tío le decía que lo mejor era salir corriendo.
Y Arsénico Simpasión está preparado para todas las posibilidades, por lo que siempre lleva la pala preparada, un paquete de cigarrillos con un mechero en el bolsillo para echárselo al resucitado y unos buenos zapatos para huir tan rápido como sus piernas le permitan.

Si conoces alguna cosita más acerca de Arsénico Simpasión, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

sábado, 30 de abril de 2016

Mangurro Colorao (Personas que surgieron del teclado. 7)

A Mangurro Colorao lo empezaron a tener en cuenta en los círculos literarios en el mismo momento en que sus versos empezaron a rimar. Parece ser que es importante guardar las formas. Antes de este acontecimiento, su libertad (anarquía) métrica, no le permitía triunfar y las editoriales le negaban sus libros, incluso el saludo.
Por recomendación de una amiga, eliminó beso (que versificaba perfectamente con queso) y en su lugar escribió ósculo (ahora no recuerdo con qué palabra la hizo rimar, aunque le recordaron que una es esdrújula y la otra llana) y pasó del fracaso al éxito en poco tiempo.
El primer poema que repitieron los jóvenes de distintas generaciones, y al que pusieron música de Mozart, fue aquel de la etiqueta en la servilleta de la receta de la galleta de Enriqueta. Después vendría el de la harina fina en la cocina de la gallina Serafina. Importante en su carrera fue su obra 'Traviesas rimas, versos para mi prima', reconocida internacionalmente como uno de los mejores libros de poesía escritos en lo últimos siglos. 'Sufre por el azufre', 'Beatriz, actriz, meretriz y emperatriz'... y un largo etcétera.

Si conoces alguna cosita más acerca de Mangurro Colorao, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

Una póliza de 25.

    
Una póliza de 25.

     La interminable fila de rostros vencidos avanzaba lentamente. El silencio sólo lo interrumpía una sucesión de voces imperativas que venían desde detrás de aquellas dos cajas, una encima de la otra, que hacía las veces de ventanilla.         
        Siguiente, ordenó alguien para indicar que era el turno del preso que ocupara el primer lugar en la cola.
Papeles, le gritó un soldado al prisionero como si no se encontraran uno a un par de palmos del otro.
Apto, vociferó el oficial tras inspeccionar los documentos aportados.
Cuando llegó mi turno se oyeron nuevamente aquellas palabras reiteradas hasta la abominación: siguiente, papeles,...
De uno de mis bolsillos extraje varias hojas dobladas en cuartas partes y las deposité sobre el mostrador de maderas podridas. El oficial desdobló los documentos, más sucios que viejos, y los examinó con esa natural repulsión que mostraba en todo lo que hacía.
No apto, me chilló como si yo estuviera sordo, falta una póliza de 25.
Intenté protestar pero como contestación escuché las mismas órdenes dirigidas a alguien que compartía mi suerte: siguiente, papeles,...
Me quejaré al coronel García, que es amigo mío, dije en un arrebato de valentía impropio de mí, mientras a empujones era obligado a abandonar la sala.
De vuelta a mi celda pude ver cómo los que habían sido declarados aptos se colocaban junto al paredón y el desmotivado pelotón de fusilamiento descargaba contra ellos una ráfaga que acababa con sus vidas.
Mis oídos, sin embargo, apenas prestaron atención a la orden de fuego y al disparo de los fusiles. En mi cabeza únicamente se repetía: falta una póliza de 25.
García no me recibió. Desde que le dieron un carguillo ya no se acuerda de los amigos de toda la vida.
En las celdas nos hacinamos todos los que hemos sido declarados no aptos para ser fusilados. Cada uno por diversas circunstancias.
En mi caso, porque me falta una póliza de 25.
¿Y dónde encuentro yo ahora la maldita póliza?